sábado, 16 de mayo de 2009

LA RUBIA DESCONOCIDA O LOS SECRETOS DE LOS LIBROS DE REMATE


“Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches
se ha mezclao la vida
y herida con un sable sin remaches
vi llorar la Biblia contra un calefón”
Enrique Santos Discépolo

Es notable como para quienes gustan de la lectura comprar libros pueda convertirse en una especie de odisea. Los costos de los libros hacen que los amantes de la literatura se las ingenien para adquirir algunos textos no masificados.

Sin embargo, casi siempre puede encontrarse una salida para estas situaciones. Pueden los lectores asiduos pedirle prestado un texto a un amigo (aun considerando que hay dos clases de pendejos: los que prestan libros y los que los devuelven). Otra opciones es ir buscando las ofertas de las librerías que colocan las obras Borges, Saramago, Wilde y Flaubert con precios inferiores a las de los bodrios de Quien se ha robado mi queso y la Culpa es de la vaca que se venden más que pan caliente.

Otra alternativa es dirigirse a los remates de libros que aunque pocos se consiguen en la ciudad. Un buen sábado por la mañana buscaba yo algún texto que regalarle a mi consorte amante de la literatura de los siglos XVIII y XIX, cuando observando entre los anaqueles llenos de polvo que mezclan obscenamente números viejos y roídos Vanidades y Buenhogar con obras de Ramos Sucre y el Gabo, descubro en una hermosa edición de las obras completas de Oscar Wilde en hermoso papel cremoso y bien cuidado. Música para mis oídos, o mejor sea, placer para mis ojos, por 50 bolívares de los nuevos me llevo a casa todas las genialidades que sólo un cerebro irreverente puede crear.

Ya en casa, con más calma reviso página por página mi hallazgo, cuando entre las páginas de seda otros tesoros se escondían: dos tarjetas de presentación bastante antiguas y una foto -no menos antigua que las tarjetas- tipo carné de una hermosa mujer con ojos de luna que me mira fijamente a través de las décadas. Por la pose, la iluminación, el papel fotográfico de calidad y la expresión de la dama es, sin duda, obra un experto fotógrafo.

Y como siempre todos tenemos una fantasía en la cabeza. La mía se despertó ese día creyéndome Sherlock Holmes y tratando de conocer la identidad de la rubia que posó ante las lentes hará al menos medio siglo. Comencé por las tan disímiles tarjetas-. Una del doctor Pedro J. Tellez Carrasco con la siguiente inscripción: “Profesor agregado de Psicología Médica y Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Carabobo. Profesor de Psiquiatría Forense de la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo”. La otra mucho menos intelectual y académica Francisca Alberlazzi de Valdisierra. Estilista. Limpieza de cutis-Masajes-Manicure-Pedircure-Maquillaje-Baño de sauna-Depilación a cera; calle 111-A N° 102-81. Quinta Brisa. Teléfono 84811”.

La verdad sea dicha. Además de varios artículos en la prensa local sobre el doctor Tellez, venido de la madre patria a brindar sus conocimientos para la Universidad de Carabobo, mis dotes de CSI llegaron a la frustración al no poder dar con mayores datos sobre la bella dama. La falta de tiempo para dármelas de Grisson, me dejaron con las ganas de saber quien es la dueña de la imagen de la fotografía escondida entre los capítulos de La importancia de llamarse Ernesto.

Hoy la comparto con ustedes. Tal vez alguno sepa de ella y me quite la duda, tal vez conozca la historia de algún lector que guardó la imagen de su amor secreto en su libro de cabecera, quizás pueda yo devolverle la foto a la hermosa dama, hoy seguramente abuela de varios nietos adultos y si no damos con ella o con su historia, bien vale la pena compartir con otros ojos, tanto la belleza de su rostro como el esfuerzo del fotógrafo para hacer de esa uno de sus mejores retratos.

(Gracias a mi amigo Frank por la magi)

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