sábado, 16 de mayo de 2009
EL EJERCICIO PERIODÍSTICO EN AGONÍA
Bien lo dijo Ryszard Kapuściński, los cínicos no sirven para hacer periodismo y básicamente porque para ser cínico hay que ser inteligente y si se es inteligente, pues son muchos las cosas que se descubren que hacer escocer la paciencia.
En Venezuela, Kapuściński hubiera encontrado el caldo perfecto para elaborar largas discusiones sobre la deontología de la profesión, pues se viola constantemente no solamente el código de ética del periodista, si no también las normas más elementales de la expresión oral y escrita.
La llegada al poder del presidente Hugo Chávez ha abierto sin duda una brecha que va más allá de los simples opositores y sus “archienemigos” los chavistas. Es una muestra de la llamada diferencia de clases que hizo históricamente célebre a Carlos Marx.
Quedaron entonces (y en apariencia) dos bandos establecidos: los pobres y los ricos. Los primeros (y esto no es falacia) excluidos de la vida del país desde que Colón llegó a estas tierras y el segundo, el que marca la pauta, el que mueve la vida social y económica del país.
Sin embargo, verlo de esta manera es muy simplista. Pero vamos a ocuparnos de lo que nos atañe: la profesión periodística. Se supone (o al menos esa es la “muela” que, por lo menos a mi, me enseñaron en la universidad) que el periodista se debe a un público y su interés no debe ser otro que el de la gran mayoría.
Y la gran mayoría somos todos. No el bando que ve enfermizamente Globovisión y demencialmente Venezolana de Televisión. Nadie discute que como persona, el periodista tenga el derecho de militar o simpatizar con una idea política determinada, sin embargo a la hora de presentar los hechos debe mantener cierto equilibrio.
Esto puede sonar a libro de texto, pero es cierto. En días pasados escuche a un chico reportero de un canal oficial autoproclamarse “periodista militante”. Me parece muy bien que milite, que tenga afinidad política con el presidente Chávez, pero quiero que alguien me diga a mi que tan equilibrado puede ser alguien que en lugar de llamar a Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, lo llame “nuestro líder máximo”, “mi comandante” y el “único capaz de ver lo que sucede en el país”
S nos vamos para el otro extremo (pues ese es el problema, hay periodistas extremos y no hay casi ninguno en el centro del asunto) vemos programas de televisión en canales opositores al gobierno de Chávez en los que aparecen una serie de niñas taradas, eso si, todas con tetas operadas, pero con un léxico tan limitado que solo pueden investirse de “espontaneidad y clima de intimidad” y maricones (locas) tan burdos y chabacanos que hasta el más acérrimo defensor de los derechos gays recriminaría. Ojo, esto no por ser homosexual, claro que no, pues siempre he dicho que si yo fuera lesbiana, seria una de las más vigorosas de mis derechos. Lo digo por la ridiculización de las posturas.
Ahora bien, el asunto es que los medios de comunicación social como empresas en las que impera (como en muchas empresas del país) el maltrato al trabajador y el menosprecio por la actividad profesional que este desempeña, no se definen como de izquierda, derecha, anarquistas, racistas, neo-nazis, ecologistas, de ambiente o religiosos, si no que van como una veleta acomodándose como mejor les parezca según el presidente de turno.
En muchos países, los periodistas comunistas, marxistas, leninista de pensamiento Mao (como dice mi buen amigo Otto) jamás se irían a trabajar a un diario de extrema derecha o viceversa, pero aquí deben apañársela como mejor puedan porque los empleadores disponen de mucha mano de obra a la que pueden comprar por un ínfimo precio y la seguridad laboral es mínima. ¿A cuántos periodistas han despedido de sus cargos por reclama sus derechos o por no estar de acuerdo con sus jefes, mientras existe la inmovilidad laboral?
Sin embargo, eso no es motivo para no actuar de manera ética, pero no tengo yo el poder de juzgar a quien tenga que hacer cosas que no desea por un sueldo. Allá la conciencia de cada quien.
Lo que si no puedo dejar de criticar es que cada día más comunicadores pasen a engrosar los dos grandes comandos de campaña que existen en el país (el opositor y el oficialista) y dejen de hacer un periodismo imparcial. Tampoco puedo justificar que cada día haya más periodistas que se informen tan poco sobre historia, literatura o simplemente sobre el manejo del lenguaje y tengamos que leer y escuchar absurdos gramaticales como “hasta tanto” o “En relación a” o párrafos enteros con palabras mal empleadas o, que una periodista de la alcaldía de Valencia pregunte quien es Braulio Salazar. Eso si es inconcebible.
Cuando reflexiono todas esas cosas salgo corriendo a ver Doctor House, a escuchar a Sabina o a meterme de lleno en mi cabeza y sentarme en una cálida playa de Magzidia.
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