sábado, 16 de mayo de 2009

ATAQUE DE NOSTALGIA GUAIREÑA


cuando despierto y voto por el miedo de hoy,
cuando soy lo que soy en un espejo roto,
cuando cierro la casa porque me siento herido,
cuando es tiempo perdido preguntarme qué pasa.
Nube Negra. Joaquín Sabina



Gardel cantaba en uno de sus tangos que 20 años no son nada. O era muy optimista o estaba medio ciego. Porque son muchas las cosas que cambian en 20 años. Esta mañana, luego de casi dos décadas, caminé por las calles de mi infancia. De la sublime urbanización Atlántida, a la que me llevaron a vivir a los 4 meses de nacida, no queda ni la sombra.

A diferencia de la Atlántida mítica que reposa bajo las aguas del mar, la que fuera una zona residencial tranquila, apacible y hermosa, es ahora una desordenada y desaliñada comunidad heterogénea cubierta por capa de polvo amarillo, rodeada por galpones industriales y despojos de ciudad.

Mi calle estaba llena de casas de familia, adornadas con hermosos jardines, hoy ve talleres mecánicos que se mezclan con restaurantes que ofrecen platos de mar y tiendas de traje de baños para turistas distraídos. Sólo se erige como un islote solitario la casa en la que viví mis primeros 20 años. La casa de mi amiga de la infancia (hoy madre de un bebé holandés) desapareció y un gris edificio sin gracia se levanta en su lugar. El resto de las calles del sector corrieron la misma suerte.

En el edificio en el que estaba la escuela donde aprendí el AEIOU con la maestra Rosita hoy está ocupado por una peluquería que ofrece alisar el cabello crespo de las morenas y donde se levantaba imponente el Camboncho, un restaurante al que nunca fui, pero del que decían, “era el mejor y con más ‘caché’ de la zona” ahora aflora un Mc Donalds con Big Mc en oferta dos por uno.

El Imponente Excelsior, cine en el que vi todos los matinés de Walt Disney, es ahora una iglesia evangélica de "pare de sufrir", a la que van las personas que quieren ser millonarias y felices de la noche a la mañana.

La vía para ir a la playa ya no es la misma. Antes una empinada subida veía coronar el final con la aparición de la nada de un mar azul. Ahora el autobús toma una ruta entre almacenes de empresas aduanales fuertemente custodiados por altos muros. De la amplia, iluminada y espaciosa arquitectura de los años 50, en Puerto Viejo solo quedan vestigios escondidos tras el mismo polvo amarillo. Únicamente el mar mantiene igual su azul en el mismo lugar (tal vez sus aguas contengan más heces bacteriales que antaño, pero eso a simple vista no se nota).

Las construcciones de uso público (baños, vestidores y duchas) sobreviven a la desidia gubernamental y sirven a unos turistas que no pueden ir a un hotel resort con piscina. Mis amigos de la adolescencia son todos padres de niños y adolescentes a los que esconden nuestras diabluras, desveladas hoy por nuestros mismos maestros que ahora son sus maestros. POr cierto, mi profesor de artística que se apellidaba Licon y que nos infundía miedo y rabia, murió repentinamente y dejó este mundo sin conocer las grandes obras de artes que descansan en los museos de todo el mundo. Descubri, entonces que no era rabia y descubrí sin querer que lo quería.

La Guaira está ahí, esperando, esperando, a veces no sabe que espera, pero espera. Pero… falta Delsa, la matrona, la dueña, la que sacó adelante una familia de 4 hijos propios y otros tantos que fueron adoptados y criados. Se suponía que la vería con su abanico y vigilando los hervidos, las fosforeras, las ruedas de pescado y los tostones y siendo saludada por los clientes, los nuevos y los viejos que a lo largo de 26 años comieron sus platillos con cervezas. Ella prefirió irse sin bulla y ni espavientos. Se fue el lunes que precede al viernes de concilio. No le avisó a nadie.

¿Cómo carajo va a decir Gardel que 20 años no son nada? O ¿Será que el trataba de engañarse y ocultar la nostalgia que hoy me embarga a mi?

1 comentario:

  1. Encantador escrito, invadida por la nostalgia llegue a parar en este espacio el cual me hizo recordar momentos gratos de mi niñes. Escribes maravilloso tu narrativa y jocosidad me proporcionaron un maravilloso viaje en el tiempo.

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