Venezuela es un país grande, de eso no hay duda, lo hace grande sus habitantes que poseen una paciencia sin igual, paciencia esta que los hace aguantar con estoicismo la torpeza y la ineficiencia de las empresas de servicios públicos que evidencia, diariamente, estar lejos de concebir sus funciones justamente como eso: un servicio público y asumen sus labores como un favor hacia quienes pagamos puntualmente las facturas.
Sin caer en la inútil (inútil porque no conlleva ninguna solución) diatriba política de los 40 años de ineficacia de la Cuarta República o la Derecha Endógena que sabotea las labores de la empresa eléctrica venezolana, los venezolanos estamos acostumbrándonos a los apagones semanales y, a veces, casi diarios y en lugar de plantearnos exigir un servicio de calidad, las comunidades se plantean adquirir plantas eléctricas a gasolina para que la carne no se les pudra en las neveras descongeladas. El motivo, sencillo: la gente no cree en quienes deben cumplir con sus responsabilidades.
No sé si es falta de inversión, si es sabotaje, si es que incompetencia o si son diablitos y demonios jugando a joder la paciencia, lo cierto es que en Tarapío (por poner un ejemplo que conozco porque allí vivo) se va la luz al menos 4 veces a la semana y estos apagones pueden durar hasta doce horas (el viernes 26 se fue la luz a las 9 de la noche y regreso el sábado 27 a las 9 de la mañana y el lunes 28 se fue a las 8 de la mañana y llegó a las 5 de la tarde). Mientras tanto la gente espera, espera por un servicio que paga y que es mal prestado al punto de dañar microondas, televisores y neveras.
Pero, estos apagones están creando una moda. Como los días son calurosos y cuando no hay luz son pocas las cosas que se pueden hacer en casa, he optado por salir a la calle a esperar sin aburrirme que repongan el servicio. Cuando era niña y se iba la luz solía sentarme con mis hermanos mayores en la plaza del sector donde vivíamos allá en el estado Vargas. Lamentablemente hoy las plazas públicas están llenas de basura, de borrachitos impertinentes y se han vuelto tan inseguras que ya la gente ni piensa sentarse en ellas. Entonces… visito las plazas de ahora: los grandes y deshumanizados centros comerciales que son, como dijo Saramago, una caverna oscura que robotizan a la gente y la frustran en medio de tantas cosas que no pueden comprar.
No obstante, no soy compradora compulsiva y me encanta el aire acondicionado me siento siempre en La Granja (que nunca se queda sin servicio eléctrico cuando en mi casa todo está a oscuras) y veo pasar la gente mientras espero que en mi calle se restituya la corriente. ¿Cómo sentarse a pajarear sin un café? Eso es imposible, pero los establecimientos de estas grandes moles comerciales no cuentan con máquinas de café spresso tipo italiano, sino que poseen unas maquinitas modernas y sin gracia que expenden café vainilla, imitación de café moca y no sé cuantas variaciones más que no le llegan a los tobillos a un buen café. Sin embargo, no hay mucho de dónde elegir así que consumo un mal llamado capuchino de la Nestlé. Otras veces el calor no permite la ingesta de algo caliente y opto por el Nestea de la misma trasnacional o por una fría Coca Cola o una refrescante Pepsi Cola y si la luz se va a la hora de la comida y como en mi casa la cocina es eléctrica porque es un rollo conseguir bombonas de gas, termino engullendo cualquier comida rápida de la feria y últimamente he optado por los aros de cebolla de Burger King dorados y crujientes.
Y resulta que yo, que jamás consumí nada de esto, producto de trasnacionales extranjeras, hoy, gracias a las interrupciones del servicio eléctrico en mi comunidad, estoy conociendo las costumbres más arraigadas del capitalismo salvaje y neoliberal casi sin quererlo.
El problema estriba en que no me está disgustando, porque el aire acondicionado, los espacios iluminados y limpios, están bien diseñados y pensados para que nos gusten. Corpoelec debería asesorarse en los que es servicio al usuario y dejar de echar tanta vaina, porque corremos todos el riesgo de mandar el socialismo pal carajo y sentarnos en La Granja con una fría Coca Cola o un café Nestlé bien servido por un chico de pectorales esculturales.
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ajajajja Mónica este escrito es tan tú, pero no te quito ni una pizca de razón. Excelente.
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